domingo, 21 de febrero de 2016
Muerto el perro
La rabia habita al perro y no puede ser al revés.
No hay algo que lo evite
el animal estará supeditado a su efecto
e irremediablemente morirá,
no por la rabia, ni porque sea un perro,
sino por lo que se piensa de los perros con rabia.
Hay un tipo de espuma que segrega el mundo,
que cualquiera reconoce.
Brota desde las entrañas
crispando la textura de nuestra piel,
los hilos del viento tejen dioses,
recubren las casas y vaticinan la maraña
de vueltas que recorrerá la tierra.
No hay marcha atrás, seguro no la hay,
deberíamos dejar descansar el cielo
con evocaciones malsanas.
El mundo es nuetro perro,
le damos nuestra rabia
y clavamos en el horizonte la mirada atónita,
hasta que no haya mañana,
los hilos del viento tejerán
su manto de furia,
las cortinas de luces que cubren nuestros ojos
ya no serán más brillantes
que las estrellas donde posamos suavemente
nuestra ira o el recelo.
Caeremos de súbito
en una misericordia que no es celestial,
sino el lastimoso augurio
de un mundo que morirá por la rabia
que habita en él.
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