lunes, 10 de septiembre de 2012

El tour es cortesía de la casa


Saldrás de tu casa,  su casa o alguna casa rumbo a la tienda para conseguir un cigarro. Caminarás tres, seis, cinco metros mientras pateas piedras y latas de refresco; pensarás en cómo fue que te agarraron y te vinieron a tirar hasta acá.
Dos, siete, cuatro metros más adelante, justo al dar vuelta en la esquina de la cuadra, serás interceptado por dos patrullas para una revisión de rutina. Ya no patearás piedras ni latas. Te tomarán por la espalda y aventarán contra la unidad mientras te piden alguna identificación, la cual no traerás contigo, pues se te cayó al intentar huir de la migra. Te dirán a punta de empujones que subas a la patrulla; alegarás que estás en tu país y que no pueden culparte de ningún delito, que no has hecho nada. Al igual que el amor, los malandros nacen de la vista. Tu suéter desteñido, el pantalón roto y sucio, en conjunto con los demás harapos donados por el albergue, serán el chivo expiatorio utilizado por los defensores de la ley. No, no habrá nada más que pueda incriminarte, serás totalmente inocente, de cualquier manera te subirán, porque así de culeros son aquí los placas; que, cagados porque los estén matando, ahora se dedicarán a levantar andrajosos errantes como tú.
Al notar tu falta de cooperación y ofensas a la autoridad (previamente, tus mentadas de madre y blasfemias al sistema surtirán efecto) te esposarán. Tú te quejarás y reclamarás la acción; renuente a sentarte, intentarán someterte con la promesa de darte una categórica patada en los huevos. Prometerás calmarte. Ya sentado en la pestilente caja de la F-150, tu muñeca se retorcerá de manera bestial, a punto de dislocarse. La noche empezará a caer, mientras la luna suelta una carcajada menguante como  para burlarse de ti. Llorarás. No sabrás si de la tristeza que te da hallarte en esa situación, o del inaguantable dolor que ahora recorre todo tu brazo hasta clavarse en tu espina dorsal.   
Verás y te verán. Los ojos de los transeúntes escudriñarán tu mísero rostro y regurgitarán indolentes pronunciaciones  acerca de la penosa imagen que proyectas. Serás la porquería de la ciudad paseando por las colonias. Conocerás  lugares que tus pupilas nunca habían visto y que jamás volverán a ver. Durante el recorrido, tu decadente refugio se irá poblando con otros ambulantes  malparqueados como tú (tecatos, grafiteros y la demás escoria citadina serán tus guías personalizados). Te darás cuenta de la purulenta vida callejera, del destierro flagelante que otorga una sociedad estigmatizada por su propia indiferencia.
Pedirás que te bajen, donde sea, pero que te bajen. Después de haberte traído dos horas por toda la  ciudad, con llagas empezándose a formar en tu mano, descenderás de nuevo al mundo con la prometida agresión a tus genitales como despedida. Escucharás a lo lejos la voz de uno de los policías diciéndote que el tour fue cortesía de la casa. Mientras, te revolcarás de dolor.
La humillación será tu compañera el resto de la noche y se sentará entre tus piernas. Como aquella mujer que te cogiste en el canal, disque  para hacerle el paro y no cobrarle la cruzada completa. Recuperándote del impacto, aparecerás sentado frente a un Oxxo, con recurrentes latigazos en tu vientre, que cruzarán con cada movimiento desde tus testículos hasta tu garganta. Volverás a llorar. Ahora la amargura de tu llanto carcomerá la mugre  que cubre tu cara, formando gruesas líneas cayendo como gotas de ácido.
Ya no te apurará volver a la casa con los demás deportados. Todo te parecerá insignificante. Te recostarás en una banca, a la espera de recuperar fuerzas y entonces, poder reincorporarte. Unos minutos después, lo lograrás. Caminarás permaneciendo ausente, los autos rozarán tu brazo devastado por el escozor y las punzantes fístulas.  La velocidad de los vehículos levantará tolvaneras que llevarán polvo a tus ojos, atizando  el ardor que dejaron las lágrimas y el frotarte  con las manos llenas de inmundicia.
Cuando nada pueda hacerte sentir más miserable, serás abordado por una guayina. Dos tipos te meterán en la camioneta.  De inmediato comenzarán a llover batazos, patadas y agravios de todo tipo contra tu persona. En tus músculos, florecerá un calor que sólo puede ser otorgado  por una brutal descarga de golpes. Implorarás una explicación. Un puñetazo a tu boca será la única respuesta que recibas. Ya que se hayan cansado, y tú permanezcas inmóvil en el piso del vehículo, iniciarán por reclamarte lo que le hiciste a su prima. Después  resoplarás las últimas palabras que cualquier persona inocente pueda pronunciar antes de extinguirse: Yo no lo hice.
Al día siguiente, encontrarán tu cuerpo mutilado envuelto en una cobija de Winnie Pooh con un collar inusual colgando de tu cuello.  El mensaje será más claro de lo que se puede plasmar en una cartulina. Así acabarán los violines. La SEMEFO  recogerá tus restos y los arrojará a la fosa común; siendo tú, el registrado número ochenta y ocho del mes. Habrás descubierto la catarsis que se vive al morir por los pecados ajenos y te glorificarán en la segunda edición de El Mexicano.

Cuento publicado en [B]icromato Flyer Literario y presentado en el 2do. Encuentro escritores por Ciudad Juárez, 1 de septiembre 2012.

1 comentario:

Unknown dijo...

que bonito es leerte, te inspiras en cosas tan reales..